martes, 9 de diciembre de 2014

El veneno de las rosas.


Ya había subido los primeros párrafos como un microrelato, pero de repente surgió esto. Espero que les guste.
El veneno de las rosas

Cuentan que todas las rosas eran blancas y puras, hasta el día en el que la pálida belleza de una de ellas  sintió envidia del color rojísimo en los labios de una doncella.

Tras intentar con varios tintes diferentes, descubrió que sólo la sangre podía igualar ese tono tan exquisito.

Desde entonces las rosas rojas son por excelencia la flor de los enamorados, y es qué ¿Qué color podría expresar mejor su pasión que el de la sangre?

Cuentan también que una mujer fue seducida por el color al grado de asesinar a decenas de doncellas para colorear de carmín todas las rosas de su jardín.

Las rosas de ese jardín nunca se marchitaban, debido a los poderes sobrenaturales de esa mujer, pero después de su muerte el invierno asesinó a todas sus amadas flores, que habían quedado desprotegidas.

Entonces los pétalos muertos se desprendieron y fueron esparcidos por el viento a lo largo y ancho del reino.

Pero algo que tal vez ni siquiera la bruja que plantado el jardín sabía era que al convertirse en polvo y flotar en el aire eran realmente tóxicos para los humanos que los respiraban.

Los primeros en enfermarse y morir fueron los niños y los ancianos, después incluso hombres jóvenes y fuertes perecieron.

Pronto resultó evidente para el rey que la vida de todos corría peligro, por lo que decidió consultar al poderoso brujo de su corte, quien le dijo que se trataba de una maldición causada por las rosas teñidas de sangre y todos los habitantes del reino, incluyendo a su Majestad y la corte real, morirían a menos que se les subministrara el antídoto.

Por suerte el anciano era una de las pocas personas que  la posición que contrarrestaba el veneno de las rosas, pero para ello necesitaba un ingrediente que no existía de forma natural en este mundo.

El ingrediente principal del antídoto era una rosa azul que sólo surgiría si se le entregaba  a una flor de esta especie que no estuviera contaminada un  valioso sacrificio: Sangre azul proveniente del corazón puro de una doncella.

Existía en todo el reino una joven que cumplía con dichos requisitos y se trataba de la princesa que había sido enviada a un convento  para recibir educación hasta el día en que fuera desposada.

Le vida de la única princesa era un precio bastante elevado, pero habría de pagarse para salvar al reino.

Con todo su pesar, el rey pidió a no de sus caballeros ir por la princesa y llevarla de vuelta al castillo para ser sacrificada.

Resultó que el joven y apuesto caballero quedó embelesado al tener ante él a tan hermosa doncella y le causó un terrible dolor saber que tan frágil y bella criatura estuviera condenada a morir para salvar a su pueblo.

Cuando la joven se presentó pudo apreciar que su voz era la más suave y hermosa que había oído nunca y que todos sus movimientos eran tan graciosos como sólo los de alguien de la realiza podían serlo.

Entonces le pareció terriblemente  cruel y absurdo que el Creador hubiera puesto todo su empeño para lograr una obra tan perfecta con la única finalidad de entregarla a un destino tan terrible.
Se preguntó si la vida de los habitantes del reino valdría el sacrificio de algo tan precioso como la sangre de la muchacha que le sonreía gentilmente sin saber que tenía ordenes de conducirla a su muerte.

Al escuchar que su padre la requería inmediatamente, la princesa hizo los preparativos necesarios para salir hacia el castillo a la mañana siguiente y sucedió como lo habían planeado.
Tres días duraba el viaje del convento al reino de su padre, tres días bastaron para que cayera perdidamente enamorado de ella.

Obscuro como una noche sin luna y frío como todos los inviernos que ha visto la humanidad reunidos en uno, así era el abismo del amor en el que se había sumergido para quedar atrapado sin remedio.

Pero el cruel destino le tenía deparada  una última desgracia, al ser él a quien  le habían encomendado ejecutar con su espada la terrible resolución que salvaría a los súbitos de Su Majestad.

Contempló la flor que por conducto de la sangre real adquiriría el poder de curar a quienes habían sido envenenados.

Ciertamente era un digno ejemplo de pureza y belleza, pero no era rival en ninguna de esas cualidades para la joven princesa y estaba convencido que no se volvería más hermosa que ella aunque cambiara de color.

Así el corazón del caballero decidió que la vida de la mujer que amaba- por que en el instante en que reconoció amarla dejo de ser su soberana y se convirtió en mujer- era infinitamente más valiosa que la vida de todo el pueblo al que había jurado proteger, aunque la razón dijera otra cosa.

El sentido del deber, toda la lógica, el código de honor que siempre había venerado, el propio instinto de supervivencia… nada pudieron contra el amor que lo había arrasado todo apenas nació y el joven tomo a la princesa para huir con ella lejos de la muerte a la que habían condenado debido a su inocencia y lejos de la terrible maldición de las rosas.

No llegaron  muy  lejos antes de ser sorprendidos por los hombres que él rey había enviado a  evitar su escape y poco después la princesa empezó a mostrar síntomas de envenenamiento.

Él caballero que había intentado salvarla depuso sus armas al instante, dispuesto a ser ejecutado por su traición y fallecer junto a la mujer a la que amó más que la vida de cientos de sus hermanos.
En cuestión de segundos la princesa murió y con ella la esperanza de todo el reino.

Aquel hombre valiente derramó una lágrima por primera vez desde que tenía uso de razón, deseando desde el fondo de su corazón en ruinas que las tropas del rey no tardaran demasiado en matarlo por el crimen que había cometido.

Pero en lugar del ruido del metal escuchó la voz del brujo del rey, quien pronuncio una maldición  terrible  que lo condenaba a cumplir inevitablemente la orden de provocar con su propia mano la muerte de su amada princesa la próxima vez que se encontraran.

Tras haber decretado tan fatal suerte, el brujo dio la vuelta y ordenó que lo dejaran sólo hasta morir envenenado igual que al resto del reino.

Por eso, ¡Oh mi amada!, no puedo permanecer cerca de ti aunque me duela igual que ser quemado en el infierno cada segundo que paso lejos de ti.

Aunque después de los nacimientos y muertes que has sufrido a través de los siglos ya no corra en tus venas la sangre azul que hubiera salvado a las almas que ahora nos condenan,  no ha perdido su efecto el veneno de las rosas y la maldición por la que he de causar tu muerte sigue vigente.

Aún si tu sangre ya no es azul  no puede conferir a una simple rosa el poder de salvar a todo un reino, sigue siendo para mí más valiosa que todas aquellas vidas que por la tuya estuve dispuesta a sacrificar y para protegerla bien vale la pena derramar la mía.


Hasta nunca, mi amada princesa,   está vez seré el primero en partir y a pesar de saber que mi muerte poco podrá contra la maldición impuesta por el brujo, me contentaré con que salve tu vida por esta vez.

martes, 2 de diciembre de 2014

Amar a la luna

Amar a la luna

Durante la noche más obscura de mi vida, me enamoré del único punto de luz que subsistía a pesar de la penumbra.

Quise usar las alas que acababa de sanar para alcanzarlo, pero mientras más me elevaba más difícil era soportar el frio.

Mis alas se congelaron y caí en picada.

Por algún motivo que aún no entiendo  sobreviví a la caída, a pesar de los momentos en los que el dolor era tan fuerte que me hacia desear la muerte.

Mientras permanecía en el piso, incapaz de moverme a causa de los huesos rotos, no podía evitar mirar al cielo con nostalgia.

Parecía que bastaba con pararse sobre las puntas de los pies y estirar un brazo para alcanzarla, pero  ni siquiera jugándome la vida fui capaz de llegar a la luna. Estaba insoportablemente lejos.

En cuanto  mis heridas sanaron lo suficiente para volar de nuevo, como si hubiera olvidado por completo todo ese dolor, intente nuevamente alcanzar  la luz pálida que en su momento me salvo la vida.

Nuevas heridas se sumaron a las que que casi me matan la primera vez, pero por alguna extraña razón seguía con vida.

Esta vez realmente rogué al cielo por mi muerte en más de una ocasión, pero en cuanto el dolor se hizo más soportable y puede moverme me lancé en la misma misión suicida por tercera vez.

Llego un punto en el que ni siquiera el dolor o el miedo a la muerte conseguían hacerme dudar y tan pronto como me recuperaba del fracaso anterior intentaba con todas las fuerzas que aun me  quedaban volar hasta la luna.

No era masoquista y tampoco tenia, después de fallar tantas veces, esperanza de lograr mi objetivo, claro que dejaría de lastimarme a mí misma si pudiera, pero no tenía elección: Así como no podía evitar amar a la luna tan desesperadamente, tan poco podía evitar desear acercarme a ella aunque me costara la vida.

No me atrevía a mirarme en el espejo por miedo a ver lo que esta locura disfrazada de amor había hecho conmigo, el monstruo en el que las heridas que nunca dejaba sanar por completo me habían convertido, la mascara de sufrimiento que había remplazado a mi rostro.

En lugar de eso contemplaba al objeto de mi afecto, que permanecía aferrado al arnés que lo mantenía fijo en el cielo, completamente ajeno al tormento que experimentaba yo aquí abajo por su culpa.


Aun ignoro el motivo por el que sigo con vida, pero se que es cuestión de tiempo para que me mate uno de mis intentos desesperados e infructuosos por llegar a mi único motivo para vivir.