Amar a la
luna
Durante la
noche más obscura de mi vida, me enamoré del único punto de luz que subsistía a
pesar de la penumbra.
Quise usar
las alas que acababa de sanar para alcanzarlo, pero mientras más me elevaba más
difícil era soportar el frio.
Mis alas se
congelaron y caí en picada.
Por algún
motivo que aún no entiendo sobreviví a
la caída, a pesar de los momentos en los que el dolor era tan fuerte que me
hacia desear la muerte.
Mientras
permanecía en el piso, incapaz de moverme a causa de los huesos rotos, no podía
evitar mirar al cielo con nostalgia.
Parecía que
bastaba con pararse sobre las puntas de los pies y estirar un brazo para
alcanzarla, pero ni siquiera jugándome
la vida fui capaz de llegar a la luna. Estaba insoportablemente lejos.
En cuanto mis heridas sanaron lo suficiente para volar
de nuevo, como si hubiera olvidado por completo todo ese dolor, intente
nuevamente alcanzar la luz pálida que en
su momento me salvo la vida.
Nuevas
heridas se sumaron a las que que casi me matan la primera vez, pero por alguna
extraña razón seguía con vida.
Esta vez
realmente rogué al cielo por mi muerte en más de una ocasión, pero en cuanto el
dolor se hizo más soportable y puede moverme me lancé en la misma misión
suicida por tercera vez.
Llego un punto
en el que ni siquiera el dolor o el miedo a la muerte conseguían hacerme dudar
y tan pronto como me recuperaba del fracaso anterior intentaba con todas las
fuerzas que aun me quedaban volar hasta
la luna.
No era
masoquista y tampoco tenia, después de fallar tantas veces, esperanza de lograr
mi objetivo, claro que dejaría de lastimarme a mí misma si pudiera, pero no
tenía elección: Así como no podía evitar amar a la luna tan desesperadamente,
tan poco podía evitar desear acercarme a ella aunque me costara la vida.
No me atrevía
a mirarme en el espejo por miedo a ver lo que esta locura disfrazada de amor
había hecho conmigo, el monstruo en el que las heridas que nunca dejaba sanar
por completo me habían convertido, la mascara de sufrimiento que había remplazado
a mi rostro.
En lugar de
eso contemplaba al objeto de mi afecto, que permanecía aferrado al arnés que lo
mantenía fijo en el cielo, completamente ajeno al tormento que experimentaba yo
aquí abajo por su culpa.
Aun ignoro el
motivo por el que sigo con vida, pero se que es cuestión de tiempo para que me
mate uno de mis intentos desesperados e infructuosos por llegar a mi único
motivo para vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario