martes, 2 de diciembre de 2014

Amar a la luna

Amar a la luna

Durante la noche más obscura de mi vida, me enamoré del único punto de luz que subsistía a pesar de la penumbra.

Quise usar las alas que acababa de sanar para alcanzarlo, pero mientras más me elevaba más difícil era soportar el frio.

Mis alas se congelaron y caí en picada.

Por algún motivo que aún no entiendo  sobreviví a la caída, a pesar de los momentos en los que el dolor era tan fuerte que me hacia desear la muerte.

Mientras permanecía en el piso, incapaz de moverme a causa de los huesos rotos, no podía evitar mirar al cielo con nostalgia.

Parecía que bastaba con pararse sobre las puntas de los pies y estirar un brazo para alcanzarla, pero  ni siquiera jugándome la vida fui capaz de llegar a la luna. Estaba insoportablemente lejos.

En cuanto  mis heridas sanaron lo suficiente para volar de nuevo, como si hubiera olvidado por completo todo ese dolor, intente nuevamente alcanzar  la luz pálida que en su momento me salvo la vida.

Nuevas heridas se sumaron a las que que casi me matan la primera vez, pero por alguna extraña razón seguía con vida.

Esta vez realmente rogué al cielo por mi muerte en más de una ocasión, pero en cuanto el dolor se hizo más soportable y puede moverme me lancé en la misma misión suicida por tercera vez.

Llego un punto en el que ni siquiera el dolor o el miedo a la muerte conseguían hacerme dudar y tan pronto como me recuperaba del fracaso anterior intentaba con todas las fuerzas que aun me  quedaban volar hasta la luna.

No era masoquista y tampoco tenia, después de fallar tantas veces, esperanza de lograr mi objetivo, claro que dejaría de lastimarme a mí misma si pudiera, pero no tenía elección: Así como no podía evitar amar a la luna tan desesperadamente, tan poco podía evitar desear acercarme a ella aunque me costara la vida.

No me atrevía a mirarme en el espejo por miedo a ver lo que esta locura disfrazada de amor había hecho conmigo, el monstruo en el que las heridas que nunca dejaba sanar por completo me habían convertido, la mascara de sufrimiento que había remplazado a mi rostro.

En lugar de eso contemplaba al objeto de mi afecto, que permanecía aferrado al arnés que lo mantenía fijo en el cielo, completamente ajeno al tormento que experimentaba yo aquí abajo por su culpa.


Aun ignoro el motivo por el que sigo con vida, pero se que es cuestión de tiempo para que me mate uno de mis intentos desesperados e infructuosos por llegar a mi único motivo para vivir.

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