El sueño de la bella durmiente.
Las
hadas que fallaron en la tarea de protegerla hicieron que todo el reino
compartiera su mágico letargo, aunque no consiguieron acompañarla en su sueño
estrafalario, por lo que la muchacha se encontraba totalmente sola mientras
paseaba por el laberinto recogiendo rosas.
¿Qué
hacía ella ahí? Se preguntó mientras buscaba la salida del intrincado
laberinto, al que no recordaba haber entrado.
Comenzó
a caminar más rápido.
Se suponía que esa iba a ser una noche
realmente hermosa, se había arreglado para la gran celebración en el castillo y
quería asistir para bailar con su amado príncipe hasta el amanecer.
Apretó
aun más el paso, cayendo un poco más en la desesperación con cada metro
recorrido, pues a medida que transcurría el tiempo aumentaba la sensación de
que se quedaría atrapada ahí para siempre.
Transcurrido
algún tiempo no pudo caminar más, cayó al suelo de rodillas y comenzó a llorar
desde el fondo de su corazón. Se desgarró el pecho pidiendo ayuda, pero ni
siquiera Dios parecía escuchar sus suplicas desesperadas.
Por
más que lo intentaba no podía explicarse como había acabado así, es decir, era
una joven y hermosa princesa, su vida no debía ser más que presuntuosos bailes,
joyas y perfumes finos; En otras palabras, había nacido para casarse con un
apuesto príncipe y vivir feliz para siempre.
¿Por
qué estaba ahí? No era posible que el cuento acabara así, ella era la bondadosa
doncella a la que por alguna inexplicable razón la felicidad le es otorgada como
un regalo divino que no necesitaba esforzarse mucho para merecer, la malvada
bruja debería estar atrapada en ese
maldito laberinto, no ella ¿Por qué estaba ahí y no en el castillo?¡¿Por qué?!
No,
era imposible, eso simplemente no podía estar pasando por que el bien siempre
triunfa sobre el mal, pero la pobre joven no era rescatada ni podía encontrar la
salida y seguía sin saber por qué.
Todos
sus pensamientos giraban violentamente, sintió que su mente flotaba a la
deriva, comenzó a arrancar los cabellos dorados de su cabeza, se rasguñó la
cara, desgarró su vestido y, finalmente, se echó a reír.
Había
comprobado que el que la encerraba era un laberinto sin salida, pero la
desesperación termino por aburrirla, por lo que se puso de pie y empezó a
caminar moviendo los brazos y girando sobre si misma como si estuviera bailando
sobre sus sueños de cristal hechos añicos, al ritmo de la melodía enferma que
tarareaba.
Sintió
que empezaba a marearse y se detuvo un momento, entonces vio una hermosa rosa
color sangre y cortó la flor con un suspiro.
Palideció
de pronto al escuchar un grito de dolor, luego soltó una terrible carcajada y
siguió su camino sin perder la sonrisa siniestra que el incidente dibujó en su
rostro demacrado.
Continuó
riendo y bailando, más extasiada con los gritos de la belleza mancillada a
medida que añadía una rosa más a su ramillete. Sabia que se había perdido en el
laberinto y no tenía oportunidad de volver a encontrarse, pero no podía hacer
que sus carcajadas cesaran.
Las
exclamaciones de dolor autentico y profundo le fascinaban, amaba como la hacían
vibrar hasta lo más profundo de su ser, por lo que no podía dejar de torturar
flores inocentes.
Contempló con placer enfermizo las muchas de
ellas que yacían marchitas en sus manos y se carcajeó una vez más.
Sostuvo
a una de sus victimas a la altura de sus ojos para apreciarla con detenimiento,
embelesada de una forma extraña por la intensidad de su carmesí, luego la deshizo entre sus manos,
manchando sus dedos pálidos con la
sangre de la rosa y en el clímax de su locura la arrojó al cielo, representando
todas las ilusiones que después de abandonarla vagaban errantes como los
pétalos arrojados al viento.
Y
como tenía razón al decir que un cuento no podía terminar así, resulta que
cuando por fin lograron despertarla cien años después, su cordura había quedado
sepultada entre los cadáveres de cientos de rosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario