Sepia
El mundo no dejo de girar ni
un solo segundo, el flujo en los ríos no se detuvo, sólo yo me esforcé para
permanecer estática sin decidirlo.
Sin proponérmelo, el curso
natural de la vida comenzó a dejarme atrás paulatinamente y al continuar su
marcha los días me arrebataban uno a uno algo de color y vida hasta quedar
totalmente en blanco y negro, como aquellos recuerdos que congelamos en el
tiempo y encerramos en un marco, aferrados a no dejarlos ir.
El culto que se le rinde al
pasado, entorpeciendo el proceso natural de renovación, tarde o temprano
alcanza un límite y la practicidad nos obliga a usar el presente como
sacrificio con la esperanza de conseguir un mejor futuro, lo cual implica
alejarnos cada vez más de memorias que
esperan seniles a que el olvido las lleve de la mano a su ultima morada tras un
angustioso periodo de agonía que en ocasiones llamamos nostalgia.
Eso soy yo, un eco monótono
que se repite incesantes veces mientras se aleja, una carta desgastada e
ilegible, la huella de una lágrima en la pagina de un diario, la pieza de una
casa que fue habitable hace siglos, el color que pierde una rosa al
marchitarse…
A cada segundo, las alegrías
de antaño a las que me aferro y el dolor antiguo que se niega a soltarme se
vuelven una carga más difícil de llevar y seguir caminando con ella a cuestas
es ahora una hazaña imposible, por lo que mi existencia, fijada en la fecha de un
calendario obsoleto, perdió nitidez
hasta volverse tan difusa como un fantasma condenado a vagar sin tregua en una dimensión ajena donde solo es un intruso
indeseable, pero no soy un alma en pena, aunque comprendo su confusión y miedo,
ni busco la paz eterna a pesar de estar tan vacía y sin vida como lo está el
día de ayer, como lo estará mañana el día de hoy.
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