domingo, 23 de noviembre de 2014

Sepia

Sepia


El mundo no dejo de girar ni un solo segundo, el flujo en los ríos no se detuvo, sólo yo me esforcé para permanecer estática sin decidirlo.

Sin proponérmelo, el curso natural de la vida comenzó a dejarme atrás paulatinamente y al continuar su marcha los días me arrebataban uno a uno algo de color y vida hasta quedar totalmente en blanco y negro, como aquellos recuerdos que congelamos en el tiempo y encerramos en un marco, aferrados a no dejarlos ir.

El culto que se le rinde al pasado, entorpeciendo el proceso natural de renovación, tarde o temprano alcanza un límite y la practicidad nos obliga a usar el presente como sacrificio con la esperanza de conseguir un mejor futuro, lo cual implica alejarnos  cada vez más de memorias que esperan seniles a que el olvido las lleve de la mano a su ultima morada tras un angustioso periodo de agonía que en ocasiones llamamos nostalgia.

Eso soy yo, un eco monótono que se repite incesantes veces mientras se aleja, una carta desgastada e ilegible, la huella de una lágrima en la pagina de un diario, la pieza de una casa que fue habitable hace siglos, el color que pierde una rosa al marchitarse…


A cada segundo, las alegrías de antaño a las que me aferro y el dolor antiguo que se niega a soltarme se vuelven una carga más difícil de llevar y seguir caminando con ella a cuestas es ahora una hazaña imposible, por lo que  mi existencia, fijada en la fecha de un calendario obsoleto,  perdió nitidez hasta volverse tan difusa como un fantasma condenado a vagar sin tregua en  una dimensión ajena donde solo es un intruso indeseable, pero no soy un alma en pena, aunque comprendo su confusión y miedo, ni busco la paz eterna a pesar de estar tan vacía y sin vida como lo está el día de ayer, como lo estará mañana el día de hoy.

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